La clave del éxito

Tras un breve sondeo por la red descubro algunas de las señas de identidad de la bloguera de éxito: jóven, de entre 25 y 30 años, preferentemente independizada de los padres. Hace 2-3 años era becaria en alguna editorial, revista o agencia de publicidad y hoy, con un puesto intermedio, se siente la reina del mundo. Comentan a golpe de confesión las clásicas asociaciones de ideas, frescas y chispeantes, de la tardo-adolescencia, así como cualquier otra ocurrencia como las que a una se le ocurren cuando pasea al perro.
Ya no podría decir que lo recuerdo perfectamente porque lo cierto es que lo recuerdo a trozos, y no porque este mayor sino porque mi mapa cognitivo funciona a ráfagas como bien saben mis amigas.
Pero aunque sea a base de patchworks de recuerdos, puedo reconstruir como funcionaba mi cabeza entonces. Creo que la individualidad era inmensa, que la existencia era todo aquello que pasaba por nuestros sentidos y todo lo demás, a penas tramoya y atrezo. “tres cosas que me gustan”, “tres cosas que detesto”, “yo soy así”, “rarezas mías”, “mi mundo interior” etc, sólo pueden ser post de quienes, forever young se saben portavoces destacados de la humanidad. Y es verdad que tienen eco y predicamento porque cuentan con cientos o miles de seguidores interesados en si a la bloguera le gusta el café sólo o con leche o si por casa de pone calcetines de lana o alas de mariposa.
Dios mío, ¡esta gente tiene tiempo! Tiempo de sobra para hablar de perros, articular anecdotarios y reirse del mundo.
Hace 10 años, hace 20 años, yo ya escribía cuadernos, hermosos cuadernos comprados en viajes, de cueros pintados y telas sunctuosas, adornados de collages o reutilizados de cursos y agendas de empresa. Escribía a solas y para mí. Era también el-no-va-más del ensimismamiento y el lugar metafórico donde un perro se lamiera las heridas. Pero no era un escaparate cotidiano exhibicionista sino un espacio de reflexión tan libre como libre es el misterio de la confesión. Con una audiencia única, yo misma.
Sólo sé que mis pensamientos semi elaborados en salas de espera y autobuses merecen menos seguidores, aunque los míos seais ilustres, de los que pueden contarse con los dedos de las dos manos, mientras que “neveradesoltera” tiene más de 1000. Simpática y lozana, asegura que cuando comprobó que el número de sus seguidores llegó a mil sintió un subidón de autoestima, sólo comparable a cuando logró embutirse una falta de la talla 38.
Francamente, nevera-de-soltera, puedo vivir bordeando la 42 pero en el tema de la audiencia me gustaría ser como tú.

Comentarios

  1. ¿Alguna vez has aparecido en un concierto de unos músicos excelentes, interesantes, con fuerza y con clase, que venías queriendo oir desde hace tiempo, en algún café, o en algún bar, y con poco público? En ese caso pueden pasar dos cosas. La primera no la voy a describir, pero la segunda es que los músicos se entregan y entonces, uno se siente absolutamente privilegiado y se muere de ganas por contar a sus amigos su descubrimiento al día siguiente.

    Lo que quiero decirte es que leerte entre tan pocos es un lujo, y es como estar en ese café.

    Un saludo
    B.

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  2. La clave del éxito no radica en poseer mil simpatizantes con diversas carencias ortográficas.

    Pero hay algo que debes saber sobre el millar de adeptos de aquel "célibe frigorífico" , y es que lamentablemente tienen menos ángulos que una sandía.
    Solo debes derrochar - como acabo de hacer- un par de minutos para darte cuenta de que el cretinismo se respira por los cuatro costados. Por no hablar de las reseñas propias de botarates hastiados.

    Coincido con Blas Bingata- leerte produce cierto deleite.

    M.C

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