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Mostrando entradas de septiembre, 2010

Anarquismo parental psicopatológico I

Los padres jóvenes solemos hacer muchas gilipolleces. Que nadie se extrañe, es un clásico. Pero resultan verdaderamente escalofriantes algunas de las variantes del ensayo-error en el que los papás y mámás estamos educando a los cachorros. En mi opinión, la más escandalosa de las escuelas de padres es la novedosa versión libertaria de lo que he convenido llamar "anarquismo patológico". Las claves son las siguientes: el padre defiende infinitos espacio de libertad para el niño que literalmente puede hacer todo lo que le de la real gana, tirar tierra a los ojos, comerse los mocos y también los juguetes (sólo en el caso de que sean de manderas nobles), tirar la leche por la mesa para salpicar alegremente suelos y paredes y empujar a primos, vecinos o desconocidos. Lo importante es que el/la neurótico/a del padre o madre esté mirando todo porque si no estaríamos ante otras versiones libertarias más moderadas, es decir, la libertad se refiere a la ausencia de control por parte del

Microbacterias y amor

Me desdigo, Caradeajo y yo no nos parecemos. No nos parecemos ni estética ni cósmicamente. Caradeajo es la típica neurótica refinada. No sólo no se levanta para cederte el sitio sino que en su lugar hace una cabriola insospechada (que resulta científicamente más cansada que una cesión clásica de asiento). Pero no sólo eso, le repugna tocar los asideros por lo que en vez de hacer tal cosa se reclina sobre el dorso de las muñecas con una suerte de desdén dieciochesco. Descarto, pues, en ella, cualquier tipo de comportamiento afectuosamente externo, ni la languidez de reposar la cabeza en el cristal para ver los plataneros pasar, ni esa coqueta pose de algunas mujeres de descasar el brazo golgándolo por la mano en las barras transversales. Cuando la miras sabes que va al mismo sitio de siempre. Me pregunto si cuando viaje a San Petesburgo lo mirará con la misma cara de siempre, si cuando recorra los arrozales de Laos pondrá la misma cara de ajo del que se siente rodeado de microbacterias
I know, I know, la evidencia clama al cielo, lo sé, -no pregunteis-, fue ayer, durante un capítulo de la serie infantil i-carly, una personaja (según Chomsky el lenguaje es innato y juro que esto me ha salido sin pensar...) va y dice: "lo bueno de mentir a menudo es que un día deja de doler". Y es justo aquí cuando empiezo a pensar, es verdad, lo niños no lo saben pero yo, que ya no soy una niña, sí lo sé. Como el barbudo con camiseta rollo mercado de fuencarral (o de L.A) que pudo escribir ese trozo de guión de i-carly o idéntica versión femenina, como dice un amigo materialista antisecesionista, tipo new age, atea pero que cree en extraterrestes y espíritus, que hace danza del vientre y escribe trozos de guiones de i-carly. Ambos lo sabían. Pero la clave no es el hecho de que ese tipo de información permanezca oculta para los niños, esto es, que es posible vivir sin miedo o sin miedo al dolor, sino que, en efecto, vivir sin miedo (coherentemente claro) implica vivir sin esp

Fondo y forma

Andaba yo musitando no se que reflexiones sobre el cansino tema del éxito social cuando una verdad se me iba revelando con sencillez. El autobús asomaba al final de la avenida del mediterraneo: soy una mujer más segura ahora, que gestiona con más tino y eficacia la intendencia de la vida, que ata cabos, habla solventemente en tres idiomas y maneja con resolución el proceloso mundo de la idea pero también el de la frase y el adorno. Ética y estética, fondo y forma mejorados, hacen que una se sienta más coherente y elegante y pierda fácilmente la mirada calle abajo sin la compañía del miedo, la nostalgia o el complejo. Todo esto ocurre cuando aparece Caradeajo en la re-entreé del 14 y lo hace con un fular casi idéntico a uno que compré el verano pasado, una monada ligera con una tira bordada en lugar de flecos. Algo "in", "trendy", un "must" que diría el Vogue. Pero a mí la coincidencia fashionista me acerca a Caradeajo, estrecha nuestras órbitas, nos asemej