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Mostrando entradas de julio, 2011

El tránsito de mi cuerpo en la puerta giratoria

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Hoy es otra puerta, otro día, otra década, otro edificio más alto, con más ascensores, otro distrito, otra luz, otro cielo. Pero el mismo cuerpo poroso en exceso a merced de la misma sustancia nociva, la misma injusticia y la misma parsimonia con la que engullen nuestras almas (si es que tal cosa existe, que diría Comeanises que no, y yo diría que ojalá que sí). Lo pensé la primera vez que me aposté frente a la puerta giratoria de una torre similar, con similares habitantes y normas y portátiles al hombro, hace años, mientras esperaba a Elena apoyada en un coche y desconocía por completo las reglas que años más tarde me habrían vapuleado sin asomo de duda. Y ya entonces sabía con rotundidad que no era mi sitio. Ahora, como una hormiga cargada de razones y de la exultante dignidad de los pequeños, me detengo a observar mi próximo despegue. Obligada por la sombra del rechazo a inventarme otro mundo, tomar carrerilla desde los confines de mi experiencia, que es más larga, más rica, má

Mi vida sin el 14

Todo sucedió tan rápido que no tuve tiempo de despedirme de Caradeajo. Menos mal que, de vez en cuando, me la topo en el supermercado para comprobar algunas obviedades de su perfil, que toma mucha fibra (la necesita), bebe leche de soja y mantiene su cara de ajo hasta cuando despliega el flexo solar en su clase de Brikan yoga. Pero ya nunca nos vemos ni puedo jugar a ser la Carrie Bradshow del 14, entre otras cosas, porque ya no viajo en autobús sino en metro con destino al pequeño, ventoso y más pueblerino Manhattan madrileño, apretada como sardina plebeya, con gentes en chancleta, bolsa en bandolera y pantalón pirata, señoras con el bolso agarrao y en general, auténticos desconocidos sin una historia evidente que intuir y contar. Porque yo, aunque dotada genéticamente para la fabulación necesito pasar algún tiempo con mis personajes… Digo esto, en el momento en que la horda se desborda en el andén de Sainz de Baranda y entre los claros, en diagonal con mi asiento, diviso a mi amiga A

No me etiquetes más

Suena a Jacques Brel y su ne me quitez pas pero es sólo una onomatopeya con idéntica voz desgarrada desde los confines del alma. No-me-e-ti-que-tes-más , diría Jacques desencajado, con el rostro enrojecido de urgencia y desesperación. Te lo pido por favor (y todos sabemos y por eso se lo enseñamos a los niños, que lo que se pide por favor no puede negarse), concédeme el don de la entropía, déjame ser una amalgama de cualidades no siempre bien engarzadas, pura contradicción, una outsider, si es preciso. Déjame ser lo que sea, sin etiquetas. Se lo digo al prójimo genérico, a quien quiera oírlo. No me digas que tengo que ser solidario y sostenible y de izquierdas en un mismo pack. No me digas que tengo que ser agresiva pero conciliadora. Que si lesbiana, moderna y guerrera, que sí gay extrovertido y escultural. Que soy mayor si no sigo a los Black Eye Peas o David Guetta o sí reconozco a los payasos de la tele y me se me de memoria las canciones de Mecano. Que tengo que ir con mi pegatin