Happy hour

Hay que estar alegre y dicharachero, optimista y risueño porque cualquier personalidad oscura supone un incordio.
Yo creía, y aún lo creo que uno nace alegre o meditabundo, es decir, uno nace con propensión a la alegría o a la timidez. Se nota perfectamente cuando un bebé, por ejemplo, llega a casa. Su forma de llorar, su intensidad, sus silencios, todo indica un carácter innato en ciernes. Es verdad que la experiencia lo moldea pero no lo crea. Es después, con posterioridad a ese reparto natural de personalidades cuando a uno le ponen en terapia para ayudarle a gestionar su turbio armazón. Pero siendo, como soy, defensora de la psicología como herramienta de ayuda, considero que los esfuerzos dialécticos que la acompañan ayudarán, a lo sumo, a "aceptar" que uno no es un optimista antropológico (no parecerme a Zapatero me parece un cumplido) sino un alegre intermitente, un alegre mestizo que, en ocasiones, deviene mohino y poeta.
Los esfuerzos terapeúticos nunca podrán hacerte un alegre estructural, de esos que se carcajean en la cola del pan.
Vivimos, sin embargo, tiempos de choteo permanente. No en vano, en tiempos recientes las sonrisas, y no la razón, han cambiado gobiernos. Poco más que una sonrisa allanó el camino a Zapatero para hacerse con el poder (frente a un odioso bigote). La sonrisa de ZP fue la versión encarnada de la sonrisa diseñada gráficamente para Maragall en la campaña de las catalanas que tanto aire fresco traía frente al moho de los recios y decimonónicos armarios catalanistas. Vale, sí, habría otros factores, pero los estrategas electorales del PSOE, lo mismo que el propio pueblo sabíamos que apetecía sonreir sin mirar ni adelante ni atrás, que una sonrisa era la mejor tarjeta de visita de un cambio político.
La sonrisa como resorte infalible tiene, no obstante, algunos límites. El primero es la suficiencia de medios materiales, es decir, la sonrisa brota, salvo en las sonrientes culturas del tercer mundo, cuando al menos está la tripa llena. La segunda limitación es también material "la sonrisa es tan grande como uno es capaz de abrir la boca". Pero uno puede estirar un boca hasta un máximo en que la sonrisa se convierte en mueca. Y he aquí el quid de la cuestión, ni somos clochards a sueldo (a veces no apetece sonreir), ni transformamos la realidad a base de sonrisas (sonreir no es la solución). Por muy dulces y genuinos que sean ciertas sonrisas su capacidad transformadora es insuficiente a la luz de la historia universal.
La boba sonrisa autosuficiente también pospone el debate y retrasa sine die la asunción de responsabilidades: es la sonrisa como excusa, una sonrisa burlesca que nos dice: "Cherie, no pienso hacer nada al respecto, puesto que detesto discutir, pero te regalo esta preciosa sonrisa" y una se queda, con cara de mema, sin saber que añadir. Milagros de la comunicación no violenta.
Ayer un jefecillo al cual estoy subordinada me regañó públicamente por no alinear adecuadamente las viñetas de un documento. Tras seis años de universidad y diez años de trayectoria profresional, me ofendió quedar relegada a formateadora de primer año pero aún así pensé en justificar mi impropio error, -no tengo tiempo-añadió el prenda, dejándome con la palabra en la boca. Ni siquiera pensé en sonreir. No sé, quizás no era mi happy hour porque en lugar de sonreir diplomáticamente, lo que me hubiera apetecido era mandarle a la mierda.

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