Proceso de selección

Dice la pizpireta Elsa Punset que una de las fórmulas más eficaces para superar un episodio de tristeza, consiste en coger la historia y contarla a otros de forma exageradamente dramatizada. De este modo, el triste evento se convierte en un sainete de Woody Allen y en vez de llorar te mueres de risa. Elsa, va por ti:
Andaba yo nerviosa y emocionada ante la inminente segunda entrevista del proceso de selección donde participaba. Llegó el día y yo acudí monísima de la muerte y oliendo a frescor salvaje del Caribe. Comencé mi intervención, eso debo admitirlo, de forma bastante caótica, farfullando incoherentes latinajos mientras el jurado que más bien parecía el tribunal de los 300 me miraban fija y secamente con una mirada que, traducida al lenguaje verbal decía, más menos, “que-co-ño-stas-dic-iendo”. Sin embargo, poco a poco, comencé a hilar algunas frases, hasta el punto que, al cabo de un rato, me acerqué bastante a ser candidata a un galardón de la categoría de “normalita-border-line”. Luego hubo unos minutos, que a mí en cambio me parecieron horas cociendo a fuego lento en la marmita de Obelix, en que recuperé el pulso del discurso y reproduje del tirón el grueso de mi tesis: -La metodología de estudio del hábitat de la mosca cojonera en las marismas de Huelva.
Aunque el tema estaba bien escogido y contaba con la aprobación inicial de recursos humanos, una vez planteado, uno de los supertacañones empezó a bombardearlo por su línea de flotación. El tribuno de la plebe ya había estado tocándome las narices toda la entrevista de modo que no me sorprendió que comenzara a despotricar contra el enfoque en su conjunto, y solicitando enérgicamente que, y cito literalmente (me tomo esta licencia dramática a modo de climax),-“dejara de contar metodologías, brainstormings y polladas de que me hacen perder el tiempo”.
Yo le miraba impávida como si me hubieran dado al pause, igual que el resto de los 299 tribunos que miraban al “uno” como diciendo: -“vaya Antúnez nos ha vuelto a espantar al candidato”. De modo que, entre la tensión existencial y el silencio gélido, el tal Antúnez se apercibe de la metedura de pata y empieza a subirse a la silla como una gallina en celo farfullando ininteligibles frases y cacareando histriónicamente en señal de tregua.
Lo cierto es que yo ya me encontraba rogando a la dulce tierra que me tragara de una vez mientras intentaba digerir sin llorar la especie de chirimoya de nudos gordianos que tenía en la glotis.
Debo de decir que el resto de la entrevista transcurrió con total normalidad. Al llegar a casa comprobé que el tal Antúnez, un seguro don-nadie era nada más y nada menos que el consejero delegado. De modo que, no me cabe duda que, en breve, recibiré la oferta (risas y aplausos).

Comentarios

  1. como dijo Groucho Marx: "no entraría en un club que me admitiese como socio".
    Si soy yo le agarro de la pechera y le meto un tsuki en su puta cara de wanabe que no vuelve a comer duro en meses.....

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