Mi vida sin el 14

Todo sucedió tan rápido que no tuve tiempo de despedirme de Caradeajo. Menos mal que, de vez en cuando, me la topo en el supermercado para comprobar algunas obviedades de su perfil, que toma mucha fibra (la necesita), bebe leche de soja y mantiene su cara de ajo hasta cuando despliega el flexo solar en su clase de Brikan yoga. Pero ya nunca nos vemos ni puedo jugar a ser la Carrie Bradshow del 14, entre otras cosas, porque ya no viajo en autobús sino en metro con destino al pequeño, ventoso y más pueblerino Manhattan madrileño, apretada como sardina plebeya, con gentes en chancleta, bolsa en bandolera y pantalón pirata, señoras con el bolso agarrao y en general, auténticos desconocidos sin una historia evidente que intuir y contar. Porque yo, aunque dotada genéticamente para la fabulación necesito pasar algún tiempo con mis personajes…
Digo esto, en el momento en que la horda se desborda en el andén de Sainz de Baranda y entre los claros, en diagonal con mi asiento, diviso a mi amiga Ana. Totalmente customizada de muñequita sesentera me confirma que en el metro sí hay convivencia redundante. Nueva fauna y nuevas costumbres: rutinas mecanizadas para colocarse siempre junto a la misma papelera para subir en el mismo vagón, en línea total con las salidas más próximas, justo a la izquierda, no, un poco más a la derecha…ahí, justo ahí…
El metro ofrece posibilidades a la creatividad. Y si no que se lo pregunten a Benjamín Escalonilla que escribió su “Colectivo Tch” de camino al trabajo. Además el metro es un lugar ideal para mirar zapatos. La mayoría muy feos, la verdad, unos saloncitos rosas troquelados, unas sandalias de cuero con hebillas, más chancletas hawaianas y algún tacón cruel sobre el que pensar que vamos a comernos el mundo. Pero vamos, pies que llevan personas encima y eso los hace llamativos a mis ojos. Como todo el metro es otro lugar y proporciona otro enfoque. Estaba feliz con el que tenía. Mi paseo del Prado (No a la tala!!!), el jardín del Ritz, los plataneros de Recoletos, la Casa de América pero la vida me ha dado otras: grandes vistas, un viento de pelotas, pies a montones y el reto de seguir escribiendo en el transporte público.

Comentarios

  1. creo que, salvo poniéndole mucho empeño, el balance es desfavorable en a situación actual. no sé si tienes la desgracia de la línea 6, o la fortuna de la nueve. pero creo que, según un estudio reciente, el perfil de la mujer feliz y satisfecha era usuario del autobús como medio de transporte al trabajo. el metro te sume en las profundidades de la tierra justo cuando el día debería de comenzar en ascenso. oscuridad y luz artificial cuando el sol debería de hacer los honores. en fin. lo que es cierto es que te encontrarás con nuevas caras de ajo a quienes hacer el perfil y estudio, encontrarás personajes habituales que te darán que hablar y escribir, siempre que te subas al mismo vagón. el hombre es animal de costumbres. por cierto, cómo es que no coincidimos? yo voy en la 6. apuradilla de tiempo.

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  2. En efecto,anónima apuradilla. Me han rebajado a los avernos de la insatisfacción, a los subterraneos del corre que te pillo que no llego. Lástima no haber coincidido. A partir de ahora llevaré un clavel en la solapa y un libro de Elsa Punset de "Como ser feliz cuando te sumerges en la línea 6 en la hora punta" para que puedas reconocerme.

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