El tránsito de mi cuerpo en la puerta giratoria





Hoy es otra puerta, otro día, otra década, otro edificio más alto, con más ascensores, otro distrito, otra luz, otro cielo. Pero el mismo cuerpo poroso en exceso a merced de la misma sustancia nociva, la misma injusticia y la misma parsimonia con la que engullen nuestras almas (si es que tal cosa existe, que diría Comeanises que no, y yo diría que ojalá que sí).
Lo pensé la primera vez que me aposté frente a la puerta giratoria de una torre similar, con similares habitantes y normas y portátiles al hombro, hace años, mientras esperaba a Elena apoyada en un coche y desconocía por completo las reglas que años más tarde me habrían vapuleado sin asomo de duda. Y ya entonces sabía con rotundidad que no era mi sitio.
Ahora, como una hormiga cargada de razones y de la exultante dignidad de los pequeños, me detengo a observar mi próximo despegue. Obligada por la sombra del rechazo a inventarme otro mundo, tomar carrerilla desde los confines de mi experiencia, que es más larga, más rica, más reconfortante, como un saltador en la rampa de hielo, confiando en mi capacidad de volar, gozar, aterrizar.
Buscaré otros recorridos y asideros, otros paisajes y horizontes, otros motores y palancas, un lugar donde mi dignidad no guarde relación con la ubicación de mi mesa junto a la ventana sobre un Madrid que no podre conquistar, un Madrid que podría ser cualquier cosa naranja, prescindible y profundamente decadente.
Conocer el mundo, tal y como era, conocerme tal y como soy, era una parada necesaria para tomar conciencia del tránsito de mi cuerpo por la puerta giratoria.

Comentarios

  1. por más q nuestro cuerpo siga entrando y saliendo de esa puerta giratoria, nuestro espíritu no pasa x ahí sino x confines mucho más dignificantes y estimulantes. Volcarnos y apoyarnos en ellos mientras sigamos girando!

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  2. si el alma existe, ojala no, que el infierno tenga puerta giratoria, con suerte saldría de vuelta al vacío, la nada es un lugar más digno para vagar eternamente

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