Tener las ideas, tener las palabras



Esta mañana me he tentado los bolsillos, buscando el cuadernito rojo donde escribo lo que tontamente se me cae de las manos. No pude encontrarlo aunque sí una caja de tiritas, un bote de árnica y un libro de Lakoff "No pienses en un elefante". En él cuenta el lingüista como las palabras son para el cerebro como los versos al poeta, pura metáfora y como su oportuno manejo nos aleja o acerca de los otros o nos facilita o dificulta el cercano entendimiento al actuar como marcos que explican nuestra visión del mundo.
Ayer tuve la oportunidad inolvidable de ser ponente en una charla sobre estrategia política a través de la retórica. Ofrecía una técnica de nombre impronunciable y que a muchos divirtió o interesó. Otros, pienso, desconfiaron de ella por su finalidad estratégica, como si la naturalidad de ser como uno es nos protegiera del golpe certero del contrario o de nuestras propia y naturales torpezas. Podemos llevar tiritas y árnica en el bolso pero si saltamos de rama en rama acabaremos usándolas con frecuencia.
A veces, una vez cada tanto, paseando sin darle importancia nos topamos con un par de verdades de esas que uno no busca sino que encuentra. Son pocas, van casi en cueros y uno quiere como El Príncipe, protegerlas de los asaltos de ejércitos vecinos, hacerlas brillar.
Tiene razón Carmen Comeanises cuando dice que la autencidad se paga con creces y a uno, en la distancia, le queda una amargura en la garganta cuando llega el momento del balance y los malos han ganado la partida. Sernos fieles a ultranza es heroico pero tiene un precio enorme. Tener un plan para conseguir lo que uno quiere, en cambio, posee el lustre maquiavélico del oportunismo y sin embargo está también lleno de voluntad y fe en la conquista porque uno tiene las ideas y tiene las palabras que tienen sentido para los habitantes del reino.

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