En las afueras
Tan ajena
Que solo veo árboles, humanos que se alejan, se cruzan,
encuentros casuales, turbinas, andamios,
pies de otros, zapatos feos, verjas de
hierro, petunias,
desvíos provisionales,
pedestales,
mi historia que
pasa y no es del todo mía.
-no mía posesiva ni íntima.-
Mía, porque pasa ante mis ojos y mi piel, de refilón.
A 50
civilizados km por hora.
Pero
para mí,
la vida siempre será también un vídeo musical,
una pequeña
sucesión de escenas, como hormigas en hilera,
versos con forma de luz tras las
persianas,
sombras en la piel de las hojas de los árboles,
danza urbana de turbinas,
juegos de
amor entre los andamios,
manos abiertas tintineando las verjas al pasar, ta-ta-ta-tatá,
miradas de flores frescas ungidas,
pedestales, donde subir la belleza
y desvíos,
porque siempre hemos eludido la línea recta
y el atlétic ha ganado
alguna copa de alguna liga.
Y todo ocurre mientras una emoción se ahoga en mi glotis
y no existe adrenalina que abra los conductos,
ni inyección que resucite la
calma.
No te asustes, no es nada.
Le está pasando a otra.
A mí no me pasa ya nada tan intenso.
El manicomio se ha llenado de razones.
Solo observo, escucho, analizo: El mundo, ese objeto de
estudio.
Yo,
mujer con confines,
estoy muy lejos,
en ese fondo abisal donde no bajan los buzos,
ni por
supuesto tú.
Ni yo.
Yo estoy allá fuera,
con un cargamento de sabiduría universal
que languidece
a
la espera de un acertijo o un laberinto.
A la espera de una ocasión de aprendizaje mayor.
Mi misión
ya no es tener los ojos abiertos para ver pasar
los transeúntes,
las sombras de las hojas de los árboles
El vibrato de los
besos o las balas
con que crees ver atravesar los corazones.
Mi misión es más bien recordar como me sentía a ciegas,
con un ego desbocado,
sin mirar otra cosa que a una misma latiendo.
Mi misión es contarte,
millenial de los huevos,
el ser vital
egocéntrico
que fuimos todos,
que pronto dejarás de ser el puto centro del mundo.
Que antes de pestañear
habrás dejado tu ego hecho añicos
implosionado como un astro menguante,
y satélite de un planeta lleno de
versos y turbinas,
de zapatos feos, de verjas, de petunias, de desvíos.
Y tal vez
entonces
hayas dejado tus sueños aparcados en la acera frente a tu
chalet de la sierra.
Aparcados.
Quizás en Guadarrama o Tomares o Cadaqués.
Aparcados pero aún vivos,
lejanos y ajenos pero tuyos a
fin de cuentas,
como tantas cosas que florecen en las afueras de ti mismo.
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