La verdadera historia de Caradeajo

Vuelvo al 14 y a sus habitantes. En las dos primeras semanas no coincidí con Caradeajo. Creía por un momento que se hubiera jubilado. Una mañana volvió a subirse al 14 a la hora habitual, vestida de Adolfo Dominguez y zapatos Geox. Se apoyaba con un sólo dedo, el pulsar, a una de las barras laterales para, como siempre advertí, no tocar toxinas o pieles muertas del prójimo anónimo. Y lo hacía de tal modo que resultaba acrobático, casi imposible, contener los envites del viaje con tan maña pose, propia de un funambulista digital. Dos paradas después de Emilio Castelar, justo donde siempre dije que se bajaría, se bajó, yo iba detrás, nerviosa por comprobar mis capacidad de adivinación, al menos de análisis antropológico.
"Funcionaria de empleo" repetía como un mantra. El destino se ponía al descubierto y con él mi capacidad para adivinarlo.
Tiró para el Museo de Ciencias Naturales. "Oh dios, es bibliotecaria, ¿como no pude verlo?
Nuevamente viró calle arriba. Había errado.
Caradeajo se encaminó entonces hacía la puerta de la sede de la Consejería de Educación y Empleo, de la Comunidad de Madrid.
En definitiva, acerté y no. Es posible que tenga que poner a mi radar adivinatorio la versión autonómica 2.0.

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