España, mon amour


Vuelvo del exilio, de esta especie de huida interior a la periferia reflexiva de mi misma y de mi país. Regreso en señal de tregua y de compromiso con este tiempo histórico que me pertenece: la crisis, los balances, las soluciones. Abandono el desapego iniciado hace unos pocos años y hago una sencilla declaración de principios: Es nuestro deber encontrar la dirección correcta porque nuestra es la letra de la canción que sea nuestra historia pero tenemos que asumir quienes somos y querernos como somos.
El viaje de vuelta, quizás empezó hace tiempo, pero fue esta mañana, escuchando a José María Fidalgo, otrora lider sindical y hoy elegante tertuliano de radio, cuando comencé a verbalizar estas verdades.

El Sr. Fidalgo, al cual he tenido la ocasión de escuchar en salpicadas conferencias, es una suerte de filósofo sobrevenido, de talento innato, de los que van atando los cabos del desordenado discurso histórico lo mismo en su lectura vespertina que en la cola del pan. Creo que descubre sus reflexiones en el mismo momento que salen por su boca pero no por casualidad sino por perspicacia esencial para haber comprendido las causas. Él mismo lo dijo una vez respecto del trabajo brillante de Víctor Pérez Díaz, el más grande pensador de este país: es posible ver las cosas con distancia y es posible analizar la realidad con bastante tino, cuando se mira lejos, cuando se mira con ganas y sin filtros.
Esa capacidad de ver y desentrañar me maravilla. Esa capacidad de unir los puntos, con la facilidad de esos pasatiempos tontos de la infancia, que después de un rato, descubren la silueta de un oso con sombrero.

Lo dijo, Fidalgo, con un tono, que podría ser de tristeza gastada: "Somos un país que se revuelve contra sí mismo". Desde esa pulsión criticamos a los políticos, a los sindicatos, a la iglesia, a la monarquia y a la república. Criticamos a los jefes y a los indios, a los indignados y a los pijos de serrano. Todos, en cierta manera, somos jetas, vagos o chorizos en potencia. En lo único que nos hermanamos es en afirmar que somos un pueblo feliz en el bar, con su caña o su chato en la mano.

Creo que malgastamos mucha energía en sacar punta al vecino, en mi caso, afilada punta, convencidos, además, de que el vecino también nos pone de vuelta y media. Y seguramente así será.

Pero una opción alternativa a revolvernos es reconciliarnos, con nosotros mismos. Aceptar donde estamos y querernos como somos. Amar lo que hacemos: buenos aceites, vinos, dibujos animados y pret a porter. Aprender lecciones (que algunas son urgentes) y regresar al terruño de lo que somos.

Viajar y regresar. Dejar de tirar la piedra, de esconder la mano. Ser país que se quiere a sí mismo, que conoce sus sombras, que ilumina sus luces. Que deja de minar su futuro con seculares quejas. No somos daneses, no somos islandeses, ni alemanes, ni sajones. Somos Españoles. Y con estos bueyes hay que arar. You have to love what you do...Jobs dixit.

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