A los que leen

Hoy, la línea 14 de autobuses se ha convertido nuevamente en emblemático lugar de introspecciones, sólo comparable a un balandro surcando las aguas en un lago de nueva Inglaterra. Allá he tenido una pingüe idea, en absoluto inédita ni sorprendente, “hay gente que no lee”. Ello nos lleva a la siguiente diatriba: existen “los que leen” como categoría de análisis y a ellos quiero referirme.
A los que leen, leemos, se les puede clasificar, a su vez, por lo que escogemos leer y por cuanto leemos. Es importante, los lectores lo sabemos, si se prefieren los filosóficos tostones, las tesis doctorales, las novelas históricas, los escritores checos sarcásticos o las tramas que enganchan a 500 páginas. Sea cual sea la elección, el lector se siente privilegiado, goza con sus minutos de ensimismamiento. Entonces, se adentra a lo más profundo interior pero también viaja y disfruta si se despega un poco del suelo y del cuerpo y se contempla leyendo desde algún otro ángulo de la habitación porque es realmente hermoso contemplar a alguien mientras lee.
Esta pánfila reflexión me llevó a la conciencia de que vosotros, pequeña colectividad de lectores blogueantes, me leéis. Y lo hacéis con un mérito doble porque mis post son comparativamente largos, últimamente que la gente se agota leyendo cualquier cosa que sobrepase la extensión de un haiku.
Pero este no es un intento, si tan siquiera torpe, de ensayo sobre la lectura. Es, sin más pretensiones, una suerte de carta de agradecimiento, mejor, una declaración de amor al prójimo lector, una oda a los que leen en autobuses, camas, sillones y balandros.
Vale, os amo irracionalmente. Os amo, incluso prejuiciosamente, desde la generalización de pensar que leer nos hace mejores personas. En todo caso, se trata de un prejuicio positivo, parecido a la forma en que el amor adolescente, colmado de violines, vulnera los límites de la sensatez y profundamente inmoderado convierte en dioses a nuestros amores, muchas veces, después de demostrados huecos e inmerecidos.
En verdad, estoy siendo irracional y maniquea pero es que la vida está también repleta de verdades como puños, de respuestas binarias. Yo leo. Yo no voy al gim. Sin embargo, aunque pueda trazarse una línea entre lectores y no lectores, entre vigoréxicos y apalancados, lo cierto es que todos hacemos un poco de gimnasia aunque sea sexual y todos leemos un poco aunque sea del reverso del bote de champú.
Ah!, pero cómo ser poeta enamorado sin la exageración de exaltar al amado o qué sería de la retórica sin el perfecto adorno alumbrador. Me reafirmo pues y lo confieso: me gusta más la gente que lee, que transporta su libro en viajes y desplazamientos porque no puede abandonar una historia, que desarrolla su forma personal de separar la parte leída de la por-leer y ojea a los otros lectores del autobús para desentrañar el título que llevan en las manos porque ello encierra un misterio irresistible. Somos una estirpe diversa que ejecuta partituras de versos y prosas y a veces, cuando nos sentimos a sólas, acariciamos los lomos del libro y lo abrazamos, secretamente, con amor.

Comentarios

  1. Amelia, ante todo muchas gracias por este homenaje que rindes a los lectores. Me he sentido muy bien al leerte, aunque algo desnudo al saber que hay otros lectores que buscan el titulo ajeno de aquel chico que se esconde en la parte trasera. Por eso a veces tapizo el libro con laminas de van gogh o del mismísimo Degas. Al principio pensé que esto me libraría de aquellos ojos leyentes en busca del titulo, pero lo único que conseguí fue atraer mucho más a los ojos leedores y no leyentes.
    Así que abandone inmediatamente la idea de forrar los libros. Mejor despojados.

    Un saludo y gracias de nuevo.
    M.C

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  2. ¡¡Eso, no impidas el voyeurismo literario!! Pocos vicios son tan inocuos y dulces.
    Mejor despojarlos, como dices.

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  3. Soy lector de cama, que a falta de sexo se deleita en otros mundos. Ahora me ha dado por el mundo irlandes del siglo XII a través de una especie de Agatha Cristie pero en monja celta. Pero recuerdo con cariño tantas noches (la mayoría sin opciones sexuales al lado) en las que he viajado con aventureros que han hecho realidad el sueño de tantos; me he reído con los libros de Plinio (el manchego, no el clásico) sobre historias polícíacas manchegas; he aprendido con clásicos como Quevedo, Cervantes, Pío Baroja, Delibes (que bueno...); me he entretenido con el capitán alatriste y, pór que no, con Mortadelo y Filemón, Asterix y Obelix, Mafalda.... que no soy lector de, perdón, tostones ensayísticos ni filosóficos trascendentales.
    Entiendo la lectura como entretenimiento, como fuga, como posibilidad de viajar sin moverte de la cama.... y esa sensación de dejar el libro en la mesilla con las últimas fuerzas del día y un sabor de boca de la última hoja leída aún en la retina. De hecho terminar un libro es como despedirte de alguien con quien has compartido un viaje y te has contado alguna intimidad. Siempre me quedo mirándolo un rato, leyéndome el prólogo que nunca me leo al pricipio pero que al terminar lo devoro porque quiero mas....
    Por cierto Amelia, lo de ir o no al gym no es incompatible con la lectura, no hagamos demagogia entre los "intelectuales" y el resto....porque yo no soy intelectual aunque leo y hago deporte que nunca sobra.

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  4. Jorge, lo de yo leo-no voy al gim, en realidad lo digo con ironía, en el sentido de que las cosas no son ni no ni sí pero utilizando ese maniqueismo como recurso literario, únicamente. Me encantaría ir al gim!.

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  5. Comparto vicio y maniqueísmo.
    (Hago pesas en secreto)

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  6. Brindo por ello. El prejuicio puede ser también un filtro. ¡Muera la equidistancia!

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