Lo bello y lo sublime

Si hago recuento de mi vida veo a una persona feliz que adereza la normalidad con ciertas dosis de conflicto. Así que recuerdo un día en que mi amigo Miguel me describió como una niña alegre y yo pensé, -ja, qué poco me conoces!- porque para mí, la alegría era una cosa pánfila y sosa. ¡Donde estuviera la pasión, el alma, la tormenta…!
Entre lo sublime y lo bello kantiano yo quería lo sublime y lo bello me resultaba un absoluto coñazo. El amor tenía que ser desgarrador y el desamor una razón por la que morir. Vivo sin vivir en mí, si muero sin conocerte no muero porque no he vivido…No es que yo lo hubiera inventado. Yo era una mera espectadora y el sentimiento trágico de la vida estaba por todas partes. Lo atestiguaba la historia de los héroes y los poetas que levitaba y los amantes que sólo podría hacer el amor volando.
Menos mal que, entre tanto, yo tuve Karate Kid y Admiradora Secreta. Menos mal que hice infinitas coreografías de Jenniffer Beals en Flashdance, mucho antes de que Nany Moretti se la encontrara, como el que no quiere la cosa, por las calles de Roma. Gracias al cielo que me disfracé mil veces como Madonna y que fui heroína de los 50 con mi varita de magia borrás haciendo de filtro de cigarrillo largo.
Menos mal que tuve una vida contemporánea y distraída yendo a esquiar, dibujanbdo comics y jugando a los clics ya que yo apuntaba maneras de Virginia Wolf (lo que digo pretenciosamente, claro), y me embarrada fácilmente en la profundidad más inútil y obscura.
Lo diré una y mil veces, que nadie se lleve a engaño, considero un cumplido no ser una intelectual de mi tiempo, porque eso me habría convertido en un auténtico coñazo de tía, me habría alejado de las muchas comedias románticas con las que he reído y con las que llorado, me habrían robado horas de carcajadas etílicas con Natalia y me hubieran impedido disfrutar de los momentos comunes y corrientes que hacen que uno pueda sonreír por las mañanas y lo más difícil sonreír justo antes de dormir.
Me congratulo de poder ser totalmente lúdica y simple en ocasiones porque cuando una empatiza como yo lo hago, es decir, siguiendo a la RAE, cuando una tiende a identificarse mental y afectivamente con el estado de ánimo del otro, se agradece una pausa al potencial dolor y naufragio.
He aquí la paradoja, mi infancia fue tan feliz que necesité adornarla de drama y, después, mi natural empatía ha necesitado comedia y simplificación para salvarme de tanto dolor como alberga el mundo y tanto dolor como yo misma soy capaz de albergar si me pongo.
No quiero, pues, la Nausea de Sartre, no quiero el Grito silencioso de Oé, no quiero la Babelia de González Iñarritu y mucho menos sus Amores Perros. No quiero sentirme desesperada porque torturan a gente inocente en Zimbawe y les condenan a una noche eterna de pesadillas. O como le pasaba a Carmela, quedarme paralizada de tristeza ante los malos tratos a un bebé o una mujer.
A lo largo de mi vida, sin embargo, de cierta manera ambigua y contradictoria, he gozado con ese tinte dramático que hacía la vida más intensa. Hoy, en cambio, tengo más claro que no puedo cambiar el mundo, vaya mierda..Pero hasta en eso tengo suerte. Como soy una persona afortunada, de infancia feliz, contrato indefinido y capacidad adaptativa puedo escoger como vivir mi mundo. Soy tan privilegiada que he tenido que aportar drama donde nunca lo hubo. Que dilemas postmodernos…
Hoy me deleito besando cada día los párpados de mi hija, pasando el dedo por la curvatura blanca del moflete de Javi, besando los labios de gominola del mítico y respirando el aire frío del invierno sin penas ni derrumbes.
Tengo, aún un camino por andar. No bajeis la guardia. El designio de El Príncipe es alcanzar el poder y mantenerse en él. No basta, pues, la mera impostura del poder, ni el espejismo del poder. Hay que conquistarlo verdaderamente y no poderlo ni por debilidad, ni por torpeza. En definitiva, hay que hacer del principado una misión vitalicia, aprendiendo lecciones y modulando estrategias.
Ceteris paribus, la búsqueda de la felicidad es una condena a perpetuidad. Nunca es fácil saber cuanta intensidad, cuanta paz o cuanta belleza serán necesarios, cuanta cercanía, cuanta distancia, cuantos colores o escalas de grisis, pero habrá que seguir con la alquimia el resto de la vida.

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