Estas son lentejas...
Toca reinventarse. Volver a la casilla de salida,
civilizadamente.
Aceptar la derrota mediocre a manos de unos, solo superiores
en número.
Aceptar, como regla del juego.
Porque las lentejas son estas.
Y no hay más.
Toca mirar el folio en blanco, fijamente.
Como si fueran las
moscas, con su distracción, las que evitan un buen verso o un breve relato.
Y no el vacío, el vértigo, o la cara de boba que se nos
queda a los perdedores
que civilizadamente deben aceptar la derrota y
a la vez se
escuchan y por dentro se dicen:
-una mierda-
así,
haciendo notar mucho la erre.
Pero que al minuto se vuelven a poner en la cola del paro,
en la cola del pan.
Porque las lentejas son estas y no hay más.
Como aquel que coge el matamoscas y lo blande contra el
viento y mata muchas moscas y al tanto vuelven otras tantas más. Irritantes, pertinaces.
En este verano tan suave y jamás tan lleno de moscas.
Aceptando ya las moscas, tan superiores en número y aún la
derrota, que viene con una promesa bajo el brazo.
Y vuelvo a teclear, porque una no sabe hacer las cosas de
otro modo.
Llenando folios como el que llena el espacio vacío del átomo,
midiendo y pesando las palabras para conectar con eso que somos intangible.
Orando a un Dios que escucha nuestras suplicas, siempre. Por
ejemplo, dándome este mes de julio vacuo y silente que tantas veces le pedí.
Las moscas no las pedí.
No importa, un número muy superior
de hormigas se están alimentando de las que caen derrotadas en la pelea.
Porque a menudo la vida nos pone las lentejas, que son
estas. Y hay no más.
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