Listos imperfectos y perfectos idiotas
Puedo
perdonar incontables defectos...como decía Oliverio, el poeta de la película de
Subiela que buscaba a la mujer que supiera volar..."si no sabe volar está
perdiendo el tiempo conmigo..." decía en su poema guionizado el poeta real
Oliverio Girondo. A mí no me pasa con el tamaño de la nariz o las nalgas de las
mujeres ni con el amor. En mi caso, las líneas rojas que trazo a modo de
mapa de lo que busco, es también el mapa de lo que voy descartando.
Como
para mí lo más importante son las personas, me afano en escogerlas como
compañía de entre la masa informe de gentes que es la humanidad. Me pasa
que siempre que reflexiono sobre lo que busco y aprecio en las personas, llego
a un punto en que me inclino por el plano cognitivo. Simplificando mucho diría
que me inclino más por los listos, y dentro de estos, más a los listos
imperfectos que a los perfectos, entendidos estos como poseedores de una
perfección cuadriculada que me suele resultar repelente. Queda deducido de lo
anterior, pues, que mi antihéroe es un perfecto idiota, un idiota de manual,
que diría Vargas Llosa.
Yo me
refiero a un perfecto idiota en sentido amplio, siguiendo a Gardner y sus
inteligencias múltiples, es decir un idiota que, aun disponiendo de alguna
virtud académica, tiene por talento personal un triste erial.
Valoro
pues la inteligencia. Pero la inteligencia clásica medida tipo test no basta.
Ahí es donde entran en juego las imperfecciones, aristas y matices que
actuarían de la misma forma que los surcos y relieves de una talla de madera
convierten a un simple tronco en algo más. Las debilidades, manías,
miedos o inseguridades nos hacen humanos y a mi entender, dentro de un orden,
interesantes. Algo así como no terminar de encajar en el molde.
Confieso
además que soy irrecuperable a la decepción de un alma vacía. Padezco de horror
vacui al alma mema, que se asemeja a la oquedad natural de un tronco con más
aire que materia por el que se pasean joviales ardillas y ratones.
A
menudo, a excepción del frívolo o el patán cualquier tipo humano me parece
entrañable. Me gustan los humanos distraídos, los inseguros o los outsiders
(aunque tampoco es que sea conditio sine qua non estar desequilibrado para
gustarme, de todo se cansa uno...).
Pero
es verdad que contemplando a fulanito el recién duchado, el pragmático y
equilibrado fulanito que va enarbolando la verdad de las cosas, zas, zas, sin
pena ni derrumbe, yo me digo...lagarto, lagarto...
Soy
víctima de un prejuicio transversal, lo reconozco. Porque al aplicarlo no hago
remilgos de ciencias o de letras, de izquierdas o las derechas, de edad,
sexo, o cualquier otra variable sociológica. Pero es que la levedad,
como titulaba Kundera, me resulta insoportable.
Y
tras un largo circunloquio llegamos a la novedad. He descubierto (en modo
conversación interior conmigo misma) que lo que busco es algo más, que me
maravilla algo más de difícil explicación, lo que creo que llena el alma o la
hace leve: la bondad o su ausencia.
No he
desarrollado aún la idea, sólo la dejo ahí, pendiente de una pensada larga, un
poco de research sin obviedades y una puesta en común otro día…Sed buenos.
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