¿El primer día de la Nueva Era?

Dicen algunos que ha empezado una nueva era. No sé si eso es cierto, empíricamente cierto o siquiera si es empíricamente posible validar dicho aserto o negarlo. Es como la  probatio diabólica que hace recaer la carga de la prueba en quien no puede demostrar nada. No puedo hacer, por tanto, una aproximación cercana a la VERDAD pero si una reflexión confusa, incierta y plenamente subjetiva de esa supuesta nueva era en la que lo nuevo engulle a lo viejo pero en la que las madres trabajadores llevan al escaño a su niño colgado de la teta como las mujeres recolectoras del neolítico en defensa del derecho fundamental a la crianza con apego.
Empezaré por el final. Estaba yo saliendo del Congreso y bajaba la carrera de San Jerónimo con una sensación de desasosiego, mezcla de esperpento y disgusto por una primera sesión constitutiva que parecía un circo de tres pistas y donde se olía más el tufo del rencor y la autosuficiencia que el verdadero aliento renacentista de un cambio de era. Más bien flotaba en el aire una suerte de escenificación de revancha en nombre de un pueblo del que, al parecer, no soy parte ni yo ni el 80% del país que no ha votado a Podemos.
Me parece necesario apuntar que a Podemos y todas sus Mareas les han votado algo más de 5 millones de personas de un total de 25,3 millones de votantes. Lo digo a los efectos de dimensionamiento de la sed de cambio de era (incluido un supuesto deseo de cambio de sistema) porque una cosa es admitir problemas graves en España, una evidente fragmentación del sistema de partidos en España y una estrategia de éxito de candidaturas conjuntas con Podemos y los partidos nacionalistas de izquierdas y otra muy distinta es aceptar sin más el peronismo de hablar en nombre de un pueblo al que, en 8 de cada 10 casos, no representa.
El recurso a la política de masas, la cuidada puesta en escena que obligó a los Podemos a madrugar para reservar los asientos más centrales del hemiciclo para salir en la tele, bebé mediante, dando sensación de llenazo total, los puños en alto, las soflamas asamblearias, las caras de “no pasaran”…estoy segura que excitaron las entrañas de un Monedero a mitad de camino entre Maki Navaja con su chalequillo y Lucky Luke con su pañuelo rojo al cuello. Lo digo básicamente en un plano más estético que ético aunque según Wittgenstein lo ético y lo estético sean, sencillamente, lo mismo.
Supongo que muchos, o algunos, pongamos un 20% de españoles o españoles salientes, se emocionaron hasta la lágrima con los podemitas saliendo del Congreso al mismo tiempo que yo bajaba la calle con la sensación de vértigo y desazón ante el semi-triunfo de esa teoría del rencor disfrazado de amor universal y justicia social. De hecho, conozco bien a algunas personas cercanas a mí que tal vez lloraron también auténticamente de emoción. Y el caso es que la gesta de lograr seducir a un 20% de españoles anteriormente desperdigados y desmotivados no es poca cosa sino, por el contrario, algo de lo que estar abiertamente orgulloso.
Yo, la verdad, no me emocioné. Hace tiempo que el marxismo no me llena.  Si acaso me dio pena y preocupación. Me sentí en ese gran batallón del 80% de normales decadentes que no hemos pillado la alegría que supone la nueva era (que es algo así como la traducción marxinana de Iglesias de la "dictadura del proletariado" en la "Teoría de la Tuerka", ya ahondaré en ello en otro post). El 80%, en resumen, que entiende que "lo nuevo" no es levantar el puño y estar enfadado permanentemente con el mundo y ajustar cuentas a bulto con todos los resistentes al cambio de era. De hecho, es bastante viejo, pero está, eso sí, muy inteligente vendido en una sociedad de gentes dolidas y desangeladas que por no rascar la pegatina la dejan puesta.
Pensé: yo tengo la sangre fría necesaria para pasar por todo esto y más. Me apetezca o no y me convenga o no o cuánto, al interés general o a mí misma. No sería esta la primera vez que Saturno me muerde los pies y me toca esperar mejores conjunciones de los astros. Yo tengo la espalda ancha (y ya puestos el alma de escuchar tanto a Robe Iniesta) pero…y mis padres y tantos mayores cagados de miedo estos días de promesas de nueva era y asalto a los cielos del hemiciclo ¿no son ellos pueblo? ¿no son ellos gente? ¿no tienen derecho a una vida sin sobresaltos revolucionarios?
Es evidente que en una batalla de lo nuevo contra lo viejo importa poco a los nuevos lo que sientan los viejos. A fin de cuentas, lo nuevo es bueno per se, fresco y perfumado de células vivas y lo viejo pues eso, es viejo, rancio, decrépito. Como casi está muerto…pues en fin…es más bien como preocuparse por el ánimo de un zombi, de un muerto viviente.
Pero no es así como muchos mayores se sienten. Recuerdo una Feria del Libro en Madrid hace un par de años en la que compré un libro a Joaquín Leguina y comentamos un rato el panorama político que a mí me parecía entonces de lo más interesante. Podemos acababa de obtener 6 diputados en las Europeas. Y de repente él me dijo: ¿Sabes lo que pasa? que yo soy ya mayor y no me hace ninguna gracia que se carguen mi país. Es decir, lo que entonces para mí era interesante, para él, un hombre de izquierdas, culto y moderado, era ya percibido como una amenaza.
Puede hasta que no importe que la sonrisa y el miedo cambien de bando cuando uno pertenece al bando que suelta el miedo y abraza la sonrisa. Pero ojo con jugar a suma cero como si el miedo sólo pudiera repartirse y no superarse. Jugar a que si yo me río es porque tú estás jodido es una mala fórmula para construir comunidad, sociedad, pueblo o país.
Soy consciente de que ese nuevo reparto de miedos hace a algunos sentirse poderosos y eso, sin duda, te levanta un palmo del suelo pero conviene no olvidar a todas esas personas anónimas que no buscamos la estabilidad del ibex sino la estabilidad de llegar a casa junto a nuestros padres-cuidadores-de-hijos-que-no-llevamos-a-nuestros-trabajos y encontrarlos con las carnes abiertas ante tanto puño cerrado y tanta vena reventona.
Lo que quiero decir es que niego la mayor. Niego que en cuestiones políticas y sociales no exista un lugar de encuentro para la izquierda, el centro y la derecha españolas. Y que si la nueva era es el cordón sanitario al PP y sus más de 7 millones de votantes o a los 3,5 millones que suponen la  ”nueva derecha” de Ciudadanos  y que si sus flamantes enseñas son el puño en alto, el grito y el nada nuevo rencor de asusta monjas, me pido un poco de eso supuestamente trasnochado que es la moderación, el debate y el acuerdo. A sabiendas de que para estos nuevos esas palabras no sean más que el frame de resistencia de la clase dominante desde la superestructura.
Será, qué duda cabe, que me estoy haciendo mayor porque anhelo un país donde se dejan ya de tocar las pelotas con los bandos y las clases dominantes y se aprende a ser activista sin ser grosero (será esto una antinomia) y político sin ser sectario (es que estoy pidiendo lo imposible...) y donde se abstengan de plantear alegatos en mi nombre sin mi consentimiento (a ver si va a resultar que me estoy volviendo contrarevolucionaria..).

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