La belleza


Estoy ahogada de queja, de laberinto.
Me falta el aire, me paralizo, me petrifico.
Me duelo en seco, sin lágrimas.

Como una estatua de sal bíblica,
visiones ajenas de desmoronamiento
son mi paisaje.

Ecos de plañidera
mortifican a un país
que no se quiere a sí mismo.
Y mientras muevo los párpados
-la única parte del cuerpo que aún lo logra-
contemplo a la sirena que yace sin mar,
las garzas sin cielo
políticos con corbatas
y maestros salvadores
que son sólo plastas con jersey de bolas.

La música son tambores
y percusores propios del combate.
El xilofón no vibra ya
de tanta tirita
de tanta herida.

¿Dónde fuiste a parar belleza?
¿Cómo sonabas? ¿Qué luz bañaba tu cuerpo?
¿Qué alas llevabas puestas, que no las recuerdo?

Estás desenfocada, huera, deprimida,
herida de campo árido,
de alma seca,
de parloteo vacuo
de papagayo.
Zaherida de buitres, ladinos,
sin valores.
Maltratada por monstruos mezquinos
sin mirada.
Y rencorosos ávidos de saldar las cuentas de los muertos
con los vivos.

Belleza
¿Qué han hecho contigo estos vándalos?
Estés donde estés, aunque sea a rastras.
Despierta ya y lluévenos encima,

hasta el tuétano.

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