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Mostrando entradas de junio, 2011

La maravillosa historia de blackcrow y un pastor afgano

Las personas son, como todos saben, pájaros o perros. Hay algunas tortugas pero son raras de encontrar, casi seres mitológicos. Esta es la historia de una pájara que no lo quiso ser de cuentas anuales y que, si era un poco perra, lo era por naturaleza y un esbelto pastor afgano con un talento peculiar, fotografiaba a ojo de pájaro pero ladraba sólo y exclusivamente cuando resultaba inexcusable. Blackcrow era, como su nombre índica, una pájara negra de inteligencia mordaz, algo siniestra, ya casi rehabilitada del lado oscuro y a punto de caer desde el gótico-vegano a los márgenes del centro derecha. El pastor afgano, por su parte, un ser elegantemente atemporal, pertenecía a un lugar indeterminado entre el campo grande y la ciudad pequeña, el cielo limpio y el suelo llano, el silencio y el susurro. Como siempre hay gente para todo, muchos perros y pájaros de nuestra pradera se mantuvieron ajenos a sus encantos. No yo. Al contrario, las fui descubriendo a pocos, a sorbos de té verde, cañ

Tener las ideas, tener las palabras

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Esta mañana me he tentado los bolsillos, buscando el cuadernito rojo donde escribo lo que tontamente se me cae de las manos. No pude encontrarlo aunque sí una caja de tiritas, un bote de árnica y un libro de Lakoff "No pienses en un elefante". En él cuenta el lingüista como las palabras son para el cerebro como los versos al poeta, pura metáfora y como su oportuno manejo nos aleja o acerca de los otros o nos facilita o dificulta el cercano entendimiento al actuar como marcos que explican nuestra visión del mundo . Ayer tuve la oportunidad inolvidable de ser ponente en una charla sobre estrategia política a través de la retórica. Ofrecía una técnica de nombre impronunciable y que a muchos divirtió o interesó. Otros, pienso, desconfiaron de ella por su finalidad estratégica, como si la naturalidad de ser como uno es nos protegiera del golpe certero del contrario o de nuestras propia y naturales torpezas. Podemos llevar tiritas y árnica en el bolso pero si saltamos de rama e

Bailar bajo la lluvia

De pequeñita creía que sería bailarina de flash dance o Lauren Bacal. El tiempo no me dio la razón pero, de igual menera, obtuve ciertos réditos a mi corta y limitadamente exitosa carrera como bailarina de jazz y actriz amateur de ámbito colegial. Despúes quise ser analista política y speechwriter. La vida me ofreció impagables oportunidades de hacer lo uno y lo otro. Fue entonces cuando supe que era la mujer más afortunada del mundo: una polítóloga con puesto de trabajo. Oh, my god, me dije cruzando los dedos por detrás de la espalda. La suerte no duró tanto, y tras la fortuna llegó la derrota. La primera gran bofetada de mi vida. Probablemente la necesitaba en una especie de justicia cósmica por el hecho de haber podido cumplir varios de mis sueños con menos de 25 años. Visto con distancia, hice siempre lo que quise y bailé una danza feliz por encima de todo aquello otro que pude hacer y preferí no hacer por principios. Y hoy tengo mejor recuerdo de mí. Después vino la consultoría de

Cocktail de ideas y dudas

En la época de la facultad vivía, aún más que ahora, sumida en una duda razonable. Entonces, cada día, Marx, Locke, Habermas o Adam Smith se batían el cobre con manos invisibles y leyes de la historia. Y el saber de esas personas me fascinada, me dignificaba, que digo, me convertía en cortesana de un reino dialéctico donde los argumentos convivían con las dudas y las fisuras eran el motor de la reflexión continua. Al menos en el plano ideal el materialismo dialéctico resultaba tan solvente como la ciudad platónica pues tan contradictoria me parecía la lógica social como diversa la condición humana. Lo abstracto ideal y la tangibilidad de la historia eran para mí compatibles y yo estaba como loca de felicidad de rozar la verdad siquiera con la punta de los dedos. Por eso me sigue costando al día de hoy suscribir idearios completos, militar o creer a pies juntillas. Pero me apunto a dudar de forma sistemática y a someter cada día mis ideas al juicio de la razón y la historia. Con cariño,