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Mostrando entradas de marzo, 2011

Los miserables cantan rap

Hace unos días acudí a la mejor producción de los Miserables de Víctor Hugo de cuantas he visto (Mítico George diría aquí, ojiplático , ¡pero vaya cara! si sólo has visto dos...y yo añadiría...bueno sí, pero he visto algunas escenas más en varios musicales de instituto americano...osea dos más...) Es verdad, lo reconozco, exagero. En eso soy irreductiblemente del sur. Aunque un consultor diría, no obstante, que no falto a la verdad ni exagero, sino que "pongo en valor" las experiencias vividas. Pues a cuenta de la mendicidad y el talento trata el post. Metro de Madrid, 16:30. Regreso del polígono. Entra un chaval y comienza a rapear en plan improvisación. El tío es tan malo que no puedo contener la risa y me tapo la cara para que no se ofenda, me ve e intenta rapear sobre el modo que me apoyo en la mano pero no hila frase entera...tututu...se apoya en el anular...tututu...eeehhh...se apoya...tutututut....lleva medias marrones...oh yeah...ehhh...y regresaba a un bodrio

Un hombre enamorado

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Ahora trabajo en la sede de un cliente, la oficina está camino del extrarradio y ello, además de tediosas comprobaciones de datos me ha proporcionado innumerables viajes en metro. ¿ masificación ? ¿olor a humanidad? no, eso para mí son historias que contar. Ayer, por ejemplo, coincidí en el vagón con un hombre enamorado. Recuerdo su rostro a la perfección, unos treinta años, gafas de bibliotecario, metro setenta, noventa kilos. Viajaba junto a la mujer de su vida. Morena ella, de pelo ensortijado y él se apoyaba en su espalda entre la masa humana de la hora punta con tal desazón que por el resplandor pareciera que un foco de cine iluminara la escena. Suspiraba, podríamos decir, desde lo más profundo del alma. Pero lo hacía de forma silenciosa, sin ruido, trasmutaba, casi levitando . Besaba de nuevo los tirabuzones de su amada, con los ojos cerrados, ajeno a todo, rezumando amor. Todos le mirábamos como asistiendo a un espectáculo cuyo código es conocido. Me reconocí en su rostro en

Yo soy así

Existe un aserto, tan falso como recurrente, que tiene que ver con la inmutabilidad de las formas de ser. En efecto, con el tiempo he podido observar que las personas tardamos años en ir limando aristas, aprender un idioma o decidir divorciarnos . No es menos cierto que, recalcitrantes, seguimos, como dice el refrán tropezando con la misma piedra, una y otra vez. Y es verdad que, en cada cambio de ciclo, algo se tuerce por dentro y nos sentimos asolados por la incomodidad de una hechura nuestra que no cabe en el tiempo que le toca vivir o la que, por el contrario le quedan las mangas largas como los jerséis de Enrique Iglesias. A casi todos nos pasa esto de que estemos como fuera de lugar en nuestra propia vida. No hace falta, pues, que diga que me solidarizo con la desazón existencial. Pero si realmente algo me toca las narices ante cualquier eventual desajuste es la socorrida salida de quienes sintetizan el asunto del modo que sigue: “es que fulanito es así y hay que aceptarle como