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Mostrando entradas de febrero, 2010

La belleza

Aprovechemos esta lluvia gris, este silencio. Usurpemos el sentido cinematográfico que siempre tuvo una mañana gris de lluvia para evocar la belleza. Que nos salve, que no nos salve de lo que es peor que la lluvia y el silencio. Que nos salve, que no nos salve. Que nos convierta en lo que somos, lo que no somos, en aquello gris y lánguido, como la lluvia. Que nos convierta en cambio en esa variación de violín en la que los dedos hacen vibrar un mí de película. Y es como si de repente, volásemos en bimotor sobre los baobab en lugar de sobre los badenes asfálticos de las ciudades en crisis. Seamos valientes, seamos hermosos como un bodegón de porcelana china en la ventana, como el visillo que vuela, como un bimotor y los baobab afuera, agitando sus ramas como un vibratto de violín en la escena final.

LOGSE+bonanza económica+postmodernidad=una generación merecedora de una estancia en la isla del señor de las moscas.

Oye…sin exagerar. Qué pandilla…que absoluta falta de educación, de valores, que poca contribución al bien común, que pereza. El fin de semana tuve uno de esos encuentros intergeneracionales rodeados de ni-nis, universitarios petulantes en vías de licenciar, vigoréxicos remasterizados y pretendientes a becarios multinacionales. Todo empezó con la petición de banqueta a un grupo de jóvenes sanos y veinteañeros con la finalidad de acomodar a la amiga embarazada en conocido bar de la cava alta. El ocupante de la banqueta me mira con cara de asco y me dice tras resoplar de viva voz ¿a ver el bombo? Mi cara lo decía todo: “gilipollas-medio-cocido…¿de qué coño vas? ¿le regateas la banqueta a una embarazada? ¿o es que eres tan mezquino que das por hecho que te estoy haciendo la trece catorce para pillar la puñetera banqueta? Decidí no pasear a mi amiga cual mono de feria y busqué la banqueta por otro lado. Aunque luego me quedé un buen rato despotricando contra la falta de humanidad y de co

La vergüenza

En la inmortalidad de Milán Kundera se habla de la importancia del modo en que a uno le alcanza la muerte. Y es que la certera hora otorga la fama y la trascendencia como una capa de armiño con la que uno avanzara hacia el Olimpo. Resulta relevante pues, en un sentido teatral, si uno muere fulminado por un rayo en el camino de vuelta a casa tras salvar a media humanidad o si en cambio a uno le atrapan las parcas, de un soponcio seco y tras un largo hipido, en el único día en que a uno le dió por disfrazarse de pollito amarillo. A los presidentes de los gobiernos les viene pasando, desde hace tanto, algo parecido. Al final metafórico de sus días de gloria les sigue una suerte de deformación grotesca de su imagen y sólo aciertan a abandonar el cargo hasta que ha ocurrido este hecho. Es como aquella vez en la que jugábamos a sujetar el cabo en la popa del barco. Perdía el que soltaba antes la cuerda, ganaba el más resistente. Eso sí, se desaconsejaba morir ahogado. Yo casi me trago dos li

Ah no, no señor

Por un instante una inmensa pena se expande, la mirada se expande, es ántrax melancólico y aburrimiento posmoderno, la insatisfacción como musa del poeta. Por un instante, una está dispuesta a sufrir románticamente ad aeternum. Hasta que llega el 14 y una es consciente de toda esa pena inútil, de todo ese dolor intangible y mal dimensionado que no sirve para nada, o sí, para reafirmar que una metió la pata de principio a fin. Por qué elegí si no el caos en que ahora divago. Por qué amasé ufana una vocación laxa que ahora pesa como mil alforjas. Ah no señor, no estudié ADE ni me empeñé nunca en una concreta ambición. Nunca soñé con ser broker ni auditora, ni actuaria, ni cosmonauta. Ah, no, preferí volar y brincar y aventurarme y por eso ahora estoy desclasada y aturdida como una feriante sin feria. Podría haber buscado una pareja afín, un-novio-te-toda-la-vida. Alguien con facilidad para entender mis claves que compartiera pasado y pereza y no se desesperase con la historia de mis días

Rostros contra los cristales

Desolada, como rostros contra los cristales los días de lluvia. Analítica porque una contempla lo minúsculo que quedó un proyecto con vocación planetaria. Desprevenida porque cambió la geometría del viaje Y en efecto, el viaje se volvió destino, e Ítaca ciudad de vacaciones. Recurrente y cíclica como el mandala de vuelta a despachar asuntos y hacer balances una asume que perdió trenes y conquistas que hubo lo que quedó desgajado, incompleto en ruinas, donde una, rota de amor, admite ojiplática que llegó muy lejos allá donde nunca pensó ir y aquello otro que guardamos en cajitas y mitocondrias porque aún hoy es alimento ancestral e ilumina la vida que se va escurriendo como rostros contra los cristales.

Gonzalito

Gonzalo, a veces te veo subiendo el autobus, picando el billete con una especie de zurrón al hombro. Cabizbundo te acercas por el pasillo central pero no llegas, te diluyes, no eres tú. Otras veces te veo por la calle, a la hora del aperitivo, paseando un perro y me sorprende porque no es ninguno de tus perros. Siempre te veo en hombres delagos, de elegancia afilada con el descuido propio del que es elegante de nacimiento y nada tiene que justificar a los advenedizos. Hay días corazón (ahora tú dices, "hay días ¿qué, higadillo?") hay días que veo tus ojos en el super, escogiendo las manzanas más relucientes y suculentas. -"Hace mucho que no hago manzanas asadas"-, dices. Pienso en tu madre, Luz y en tu hermano Enrique, que estaba francamente abatido en tu funeral y no puedo ni imaginar como sobrellevarán el hecho de verte por todas partes y descubrir al rato que es imposible, que es como cuando uno siente que quiere rascarse la pierna amputada, un reflejo, un apego,