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Mostrando entradas de diciembre, 2009

Hoy me ha tocado la lotería

Hoy me han tocado la lotería. Bueno, en realidad ni siquiera me han tocado a mí, sino que mi padre me ha participado la mitad de su premio junto a mi hermano. Minutos antes de la noticia ibamos diciendo en la ofi cuanto dinero sería necesario para que nuestra vida cambiara radicalmente. Yo no me conformaba con menos de un décimo del gordo. Mi compi JL, en cambio, era más ambicioso y cifraba en 4 millones de euros la cuantía verdaderamente transformadora, una vez descontados los gastos fijos impepinables de todo hijo de vecino, casas, coches, deudas anteriores y sueldos vitalicios para no tener que trabajar nunca jamás. En mi versión más barata de la suerte, con mis 300.000 euros me hubiera ido con mi familia a vivir dos años fuera de España mientras yo hacía el curso de mis sueño en Harvard y Jorge hacía lo que le diera la real gana (prospecciones del sector del vino en la costa este o clases de karate para niños). Unos minutos después llamó mi hermano. Al principio no le entendía ¿qué

Espejismo musical tras oir Samskeyti de Sigur Ros

Sin música la vida parecería un error..o quizás sea al revés, la vida con música alcanza todo su sentido. Es plena. Es plena, porque sirve para ver mover las hojas de otoño y saborear así el cosmos en equilibrio. La música hace posible que ver oscilar los leds azules de navidad del vecino te haga completamente feliz. Y pienso, que suerte ver el árbol, la luz, las imágenes borrosas que uno ve de medio lado. Que suerte tengo de estar precisamente aquí y no en ninguna otra parte. Cada tecla de ese piano es la razón del universo. La banda sonora que justifica todo lo que somos. Es un espejismo. Lo mismo que el resto del arte. Delicioso...

Lo bello y lo sublime

Si hago recuento de mi vida veo a una persona feliz que adereza la normalidad con ciertas dosis de conflicto. Así que recuerdo un día en que mi amigo Miguel me describió como una niña alegre y yo pensé, -ja, qué poco me conoces!- porque para mí, la alegría era una cosa pánfila y sosa. ¡Donde estuviera la pasión, el alma, la tormenta…! Entre lo sublime y lo bello kantiano yo quería lo sublime y lo bello me resultaba un absoluto coñazo. El amor tenía que ser desgarrador y el desamor una razón por la que morir. Vivo sin vivir en mí, si muero sin conocerte no muero porque no he vivido… No es que yo lo hubiera inventado. Yo era una mera espectadora y el sentimiento trágico de la vida estaba por todas partes. Lo atestiguaba la historia de los héroes y los poetas que levitaba y los amantes que sólo podría hacer el amor volando. Menos mal que, entre tanto, yo tuve Karate Kid y A dmiradora Secreta . Menos mal que hice infinitas coreografías de Jenniffer Beals en Flashdance , mucho antes de que

Contra el viento

Nunca tuve instinto maternal, si acaso durante las largas horas de la infancia en las que cuidé al nenuco . Pero a parte de eso, nunca idealicé la lactancia, ni suspiré por el niño en brazos, ni perdí la vista tras carritos ajenos. Muy al contrario, tendí a sentirme ajena y desposeída de esa cualidad de madre potencial. Sin embargo, años más tarde una descubre que una ama a sus hijos por razones muy distintas al instinto pero tan efectivas como esos otros designios de la naturaleza. Una va descubriendo ese amor en abrazos taciturnos y esos momentos mágicos en que un hijo reposa la cabeza mientras la mano de mamá se adentra cálida en su pelo. Y en esos juegos de agua y cabriolas felices en que al mirarlos quedamos al tiempo, ensopados y perplejos, olvidados ya de lo increíblemente divertido que es salpicar. Una madre queda definitivamente loca de amor el día en que sin pedirlo ni merecerlo una hijita confiesa con su voz de cristal azul: mamá te quiero. Sólo después, ya conquistados sin

La impertinencia de lo obvio

“La sabiduría no valía la pena si uno no podía servirse de ella para inventar una manera nueva de preparar los garbanzos” Eso decía el penúltimo Aureliano Buendía de Macondo. Lo suscribo plenamente. La sabiduría, sí, nos salva del estancamiento de los lugares comunes y multiplica nuestras posibilidades de aprender en unas lecciones lo que dicha sabiduría permitió a otros aprender en toda una vida. Pero la sabiduría también debe ser la herramienta de lo cotidiano, esa suerte de olfato fino que igual se transforma en matemática al servicio de una salsa que en bellas artes al servicio de un salón de té hermoso y estéticamente equilibrado. Sobre todo, la sabiduría, que por otro lado tan poco abunda, nos libra de la impertinencia de lo obvio. Esto es, de las frases huecas de los puros patanes o de los sinceros torpes. Ocurre así, por ejemplo, cuando uno verbaliza algo que, por evidente debe callarse para no parecer un cateto a babor o peor cuando uno sabe que “eso tan evidente” debe pasarse